No necesitará oídos, ni siquiera los dos ojos. Cualquier
espectador con un mínimo de visión y un cerebro operativo, sabrá interpretar la
emoción que sintió el Golem al oler una flor. Él, tosca arcilla resucitada, recibió
la flor y con ello confirmó la hipótesis de la actuación silente alejada del
exceso gestual. Paul Wegener aprovecha el inolvidable primer plano que él mismo
ha tenido el gusto de regalarse. Una imagen donde el mostrenco agarrotado adquiere
la ligereza del perfume. Cuando se ha terminado de oler una flor, todo
alrededor se convierte en nostalgia. Empezando por uno mismo, por el que acabo
de ser. Y el Golem no fue una excepción. «Para esto me han despertado», parece decirnos. Todo éxtasis acarrea un
sentimiento de pérdida inmediato. La rebelión solo podía comenzar así, alzando
y deponiendo la flor. Al fin y al cabo el reino vegetal le era cercano y querido,
ambos habían sido compañeros de subsuelo. Protege mis raíces, no las aprietes
demasiado y te daré un aroma a cambio. La flor es la impronta de nacimiento, el
algoritmo definitivo mediante el cual este ente mecanizado se convierte en
animal. Y quien dice animal, dice humano. En ese mismo momento, el Golem habría
respondido al test de Turing con un verso de Baudelaire: he entendido sin
esfuerzo «la lengua de las
flores y de las cosas mudas».
Cambiemos de década, de 1920 a 1931. Aquellas cosas mudas
han dejado de serlo, pero algunos se resisten al cambio. Está Chaplin y está Frankenstein.
El monstruo recibe otra flor, pero no puede procesarla de la misma manera que
el Golem. Frankenstein no es arcilla, sino carne remendada, despojos humanos
robados, zurcidos y galvanizados bajo el cielo de una morgue. Hay un intervalo
entre el Golem y Frankenstein que supera el de sus fuentes literarias. Poco
importa que el primero sea una leyenda medieval y el segundo un relato decimonónico.
El Golem es un héroe romántico, mientras que Frankenstein es un héroe moderno,
fragmentario, materialista, hijo de la ciencia, fruto de una conciencia
superior. Podría decirse que la criatura de Shelley también inicia su
revolución tras el episodio de la flor, pero a trompicones, sin haberla
comprendido. En la modernidad del fragmento se rompe la continuidad romántica, la
que existía entre la arcilla y la planta. La belleza y la gracia del momento no
se transforman en nostalgia del suelo, sino en juego, en una réplica infinita
que no distingue entre la niña y la flor. El problema reside en que la modernidad
pretende reiniciar la historia con cada pedazo. Si el Golem era una bestia baudelaireana, Frankenstein es otra
nietzscheana: «Mas para
ser bestia se requiere inocencia». La inocencia y la ignorancia del descubrimiento perpetuo a cargo de una bestia de ribera.
Después
de la melancolía y de la inocencia, ¿qué queda? La depravación posmoderna.
Calzarse las botas de motero y patear un ramo de rosas. El sujeto intelectual que
empieza a pretender la eternidad, no es más que un sicario del pensamiento. Si
la certidumbre de una flor puede cambiar el curso de la historia, no dudará en
aniquilarla. El plano de Terminator pasando sobre unas rosas que han dejado de
ser las de Pizarnik, no tiene ninguna implicación poética, pero podría tomarse
como emblema de la posmodernidad vandálica de finales de los ochenta y
comienzos de los noventa.
El
último escalón consiste en trascender lo anterior. Convertir la arcilla
modelada, la carne reciclada y la estructura sintética en reliquias o, a lo
sumo, en adornos. Transhumanar,
dijeron los poetas italianos (Dante y Pasolini). Lo que ya no puede decirse con
palabras, sino con otra forma superior; tal vez la de los números. El ario
definitivo que se llamará, no de manera paradójica sino repleta de intención,
David. Ario de nombre judío que ya no es rey, que es sirviente. Glauco, atlético,
bello, sensible, a la fuerza cursi y con un pene de 30 centímetros en reposo. Lejos del humus y de
la arcilla el transhumano es capaz de apreciar el aroma de las flores sin el
menor sentimiento de pérdida. Las huele y le gustan, una experiencia de
invernadero. Mientras disfruta podría recitarte los nombres científicos de cada
una, todas sus características biológicas, toda su historia cultural y, sin
embargo, sería incapaz de comenzar una revolución a partir de ellas.
BIBLIOGRAFÍA
- BAUDELAIRE, Charles, “Las flores del mal” en Obra poética completa, Madrid: Akal, edición de Enrique López Castellón, 2003.
- DANTE, Divina comedia, Madrid : Cátedra, 1988.
- NIETZSCHE, Friedrich, Así habló Zarathustra, Barcelona: RBA, 2002.
- PASOLINI, Pier Paolo, Transhumanar y organizar, Madrid: Visor, 2002.
- PIZARNIK, Alejandra, Poesía completa, Barcelona: Lumen, 2001 (reed., 2016), Edición a cargo de Ana Becciu.
IMÁGENES
El Golem (Der
Golem, Carl Boese, Paul Wegener, 1920)
Frankenstein (James Whale, 1931)
Terminator 2. El juicio final (Terminator 2. Judgment day, James
Cameron, 1991)
David. Weyland Android Commercial
(2012)